15 abril 2012

Besos y Porros (Cap. 20)

Cuando uno está convencido que el amor es real, cuando está viviendo con plenitud y sin vergüenza se aferra al otro diciéndole todo el tiempo que lo ama, cuando uno se acostumbra a la piel de cordero no le da igual abrigarse con una de lobo. Cuando se vive todo eso se está viviendo de verdad. Y cuando no es así,¿como se vive?, De mentiras. Con Luciano las cosas en cuestión de convivencia va de a ratos bien y de a mucho mal. Aquí no juega ninguna ficha el cariño que os rodea, aquí juega de qué modo nos vemos todos los días, a toda hora, en la misma cama, sobre la misma mesa, en la misma sala, con la misma intensidad de la bombilla de luz. El, acostumbrado a vivir de noche, yo a dormir a las 22 horas. A veces, siento que esto es un partido de futbol, yo soy los diez jugadores y el solo interpreta al árbitro. Debes hacer las cosas de este modo, la comida tiene mucha sal, no me gusta la música que escuchas, el baño esta mojado, odio a tu madre, quien te ha llamado, porque llegas a esta hora, no me gustan tus amigos, no estudies, no gastes más de la cuenta, no salgas, vive para mí que yo vivo para ti. El amor era ciego, me había acostumbrado a vivir de una forma ilegitima, de un modo que me encerraba en cuatro paredes. Estoy lejos de casa, lejos de las estrellas también. Quiero hacer el amor y hoy está lloviendo, quiero decirle que lo amo aunque estemos distanciados. La primera vez que me levantó la voz hasta hacerme llorar fue cuando noté que él era tan mío como yo tan de él. Todo era válido. Cuando ambos nos pertenecemos no permitimos que terceros interfieran, no abrimos las ventanas por miedo a que entren mariposas negras. Siempre y cada segundo de todos los años a su lado le he sido fiel hasta en los sueños. El único nombre que pronunciaba era el suyo, la única sonrisa que me hacia reír era la de él, el único perfume que me trae su rostro a mi mente era el suyo. Aquel primer grito se fue transformando en varios gritos profundos de palabras violentas, sangrientas. Me amoldé como pude, le conté cuentos de príncipes como los recordaba, le bese el pescuezo todas las mañanas antes de ir a trabajar. Siempre traía dos, dos chocolates, dos osos, jamás ha faltado su obsequio. Yo caminaba sobre la calle de tiendas y pensaba que le podía regalar hoy. Vivía por el amor que le tenia. El amor era como vivir en invierno, cae nieve a toda hora, me va tapando, no puedes salir. ¿No es suficiente todo lo que hago por ti?, le pregunte cuando descubrí que me había sido infiel. Todos los e-mails impresos sobre la mesa, que es lo que ha pasado para que dejes mi corazón sobre la boca del lobo, le grite. Tomé las hojas y las pegue una tras otra sobre la pared del cuarto. Las leí hasta aprenderlas de memoria. Me atravesaba fuego por la boca hasta reconocer que no podía dejarlo ir. Lo amaba. ¿Hasta cuanto uno puede aguantar por amor? Lo he perdonado 12 veces, buscando yo mi error constante. Obstruido por los pensamientos, golpeándome la cara, cavando hondo sobre mi pecho, observando mis actitudes. Al final de cada día todo era igual. El equilibrio que daba luz a la balanza entre nosotros tenía roto uno de sus ejes, entonces había una esquina de ella que pesaba más que la otra. Qué haremos con nuestro hogar ahora, le pregunte. Lloraba velozmente, apasionado a su calidez de hombre. Le tomé del brazo hasta que me dijese porque ya no me amaba. Mira a tu alrededor, esta casa está construida con nuestro esfuerzo, hay que desarmar la cama, no puedo perdonarte esta vez. Nos trenzamos entre nuestros puños, quedé destruido en el piso, me pateo la cabeza cuantas veces pudo dar golpes su pierna derecha. ¿Quieres matarme?, le dije. - Luciano, quiero matarte. Eres mío, me pertenece cada parte de tu cuerpo. No voy a dejarte ir. - Ignacio, como puedes decir que me amas y meter en nuestra cama a otro hombre. Como dices con tanta seguridad que no me dejaras ir cuando ya me he ido. Separados definitivamente, el en nuestra cama, yo mirándolo desde el cojín tirado en el suelo. Dos cajas con cuentos de príncipes embaladas listas para irse. ¿Y si aceptamos que nos llevamos mal y decidimos vivir infelices para toda la vida, solo porque estamos acostumbrados a vivir juntos?, me dormí tomándole la mano desde abajo. Casi sesenta días llevábamos sin hablarnos, tiempo justo para saber y entender que todo había terminado. Sabía que aquella otra persona que hoy le hacía bien, mejor que yo, lo buscaba después de sus clases de francés. Tomé coraje y fui detrás de el, quería conocer a quien había quitado todo eso que me pertenecía. Allí estaban, Luciano le sonreía tan perfecto. Di media vuelta y sin poder sostener los pies me deje caer sobre un banco. En cuanto pude me levante, consciente de la realidad. Aquella noche hablamos sobre que era hora que cada uno tome su rumbo, ya no podíamos vivir juntos. - Luciano, yo no puedo irme, no tengo a donde ir. - Ignacio, yo no puedo acarrear con dos alquileres, tampoco puedo irme. Decidió vivir con su amiga, preparó cada prenda, cada cosa que le pertenecía. Antes de la despedida, llegue temprano a casa para ayudarle, al entrar me dijo. ¿Podes esperar afuera?, estoy con mi novio. El vino para ayudarme. Casi desnudo en mi cama, estaba. Quise entrar para mirarlo, quería saber sobre que costado lo hacían. Quería estar ahí para preguntarle si sabia quien era yo, se me caía el corazón hacia el estomago. Me puse azul, aun lo recuerdo. Luciano me sostuvo llevándome hacia la puerta. Esperé fumando cigarrillos hasta que salieran. Me sentía sucio, me dolía verle llevarse la mesa donde comíamos, me partía ver como acarreaba la cama donde hicimos el amor durante mil noches. Se encendió el motor del coche, se fue.

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