10 agosto 2012

Guerra, Pecado y Significado (Cap 23)

Mi comportamiento dejó claro en la oficina durante semanas que algo no estaba bien dentro y fuera de mí. Me dije que lo peor ya había ocurrido, pero ¿podría pasar algo más después de esto? Siempre las situaciones se superan una con otra, escuche algo superador de mi anécdota y no me asuste. Se me llamó a la sala de reclutamiento de personal, en cuanto me senté, el jefe de área se levantó para llamar a María con grito de sargento desde el pasillo, la psicóloga. Estaban ellos, yo y mis dos manos debajo de mis piernas en aquella silla, mis ojos no hacían foco sobre lo que observaban, solo miraban borroso. Ellos hablaban, no oía que, quizás no quería oír. Sonaba música que solo yo escuchaba. Un chasquido frente mío me despertó. - Le pido por favor que no falte más, llega tarde y su desempeño esta por debajo de lo aceptable. Piense que todos tenemos problemas, queremos verle siendo otra vez ud. Retírese y vuelva mañana. Tome mi música, caminé con pasos cortos, Salí hacia la calle de regreso a casa. Llegué, y antes de ingresar me frenaron los pies sin que les de la orden. Gire 160° y volví hacia la vereda, di diez vueltas a la redonda antes de decidirme ingresar nuevamente. Reconocí que mirando hacia arriba se puede descubrir edificios que siempre estuvieron y que nunca antes los había visto. Hay más gente allí, en aquel de la esquina. Señalé un último piso en donde, desde su balcón caía feliz una enredadera colmada de frutos florecidos. ¿Quien vive allí?, debajo del cartel luminoso de publicidad. Esa luz rosa titilante, que bella se ve de noche. Continúe caminando. Estamos tan interesados por encontrar dinero en el suelo que llevamos la cabeza gacha, la calle no es una mina de minerales, no hay oro ni diamantes por doquier. Queremos llegar rápido al trabajo, vivimos tan de prisa, hablamos sin pausa, comemos tan veloz que olvidamos lo que hay en el plato. Hemos dejado de mirar a los ojos, ya no se dice, ¡Buen Día!, ya no se pide disculpas cuando tropezamos sobre el pie de alguien. Estamos tan sobre el segundo que nos olvidamos del minuto, de la hora y del día. Antes de cruzar la calle marcando verde y sin esperar a rojo el semáforo, me dije, mas vale perder un segundo en la vida, que la vida en un segundo. Sonreí al mirar los rostros apurados de aquellos que cruzaban cuando no se debía. Vivimos en una Metrópolis, allí retumbó la frase de mi jefe, “todos tenemos problemas”. Quiero que el mío deje de ser uno más. Se me dibujó otra sonrisa arriba de mi tristeza. Antes de poner un pie sobre la alfombra deje la puerta abierta, mire hacia ambos lados, quería sentirme seguro de que Luciano no estuviese allí. En cuanto respire aliviado cerré dejando la llave en cruz. Debo tomarme un tiempo para pensar que hacer con todo esto, necesito plantarme firme y descartar la posibilidad de cualquier otro episodio. Es difícil pretenderme fuerte cuando aun me duele el pescuezo, me es difícil no llorar ahorcado a mi almohada cuando pregunto porque me ocurre esto a mi, pero de inmediato digo, ¿porque a mi no?. Me telefoneó mamá, antes de decir hola se escuchó, ¿Estas bien? Hablamos de todo un poco, menos de eso. Propuse mudarme y abuela Elisa organizó visitarme para ayudarme, quería supervisar ella misma donde y como viviría. Quiere verme bien, antes de colgar me preguntó por el, me quede en silencio y antes que yo respondiera dijo, les envié una carta, ¿les llegó? - Colgué sin despedirme. Me despegue del teléfono dejándolo caer, corrí hacia el buzón de cartero, entusiasmado revise la correspondencia en busca de la carta hasta encontrarla. Llevaba su perfume, era su letra. Mi querido Ignacio; Espero que lo estés pasando cada día un poco mejor. Yo creo que lo conseguirás como lo estas haciendo hasta ahora, con sacrificio. Ignacio, como siempre cuentas con mi apoyo en tus decisiones de hacer tu vida. Siempre que sea para tu progreso personal. Lo que me haría muy feliz es verte estudiar tal como lo charlamos. Yo te quiero mucho y acepto de tu decisión de vida personal. Solo te repito que te cuides mucho y abrí tus ojos en cada paso que te toque dar. Te mando dos mantas, de las que he tejido yo. Te cuento que tal vez viaje a visitarte, eso, si sigo bien de salud. Para tranquilidad de todos ya esta resulto. Decime que te hace falta y si yo puedo te resuelvo tus problemas. Cuídate mucho y no te olvides que aquí hay una viejita que te extraña mucho y te quiere un montón. Envíale muchos saludos a Luciano. En cuanto pueda te llamo. Un beso grande de tu Abuela Elisa. Una madre sabe cuando un hijo esta en peligro por mas distante que se encuentre de el, es un presentimiento, una señal que la lleva a recordarlo. Me leyó la mente, supo entenderme sin necesidad de emitir palabras delatadoras. Solo el café negro mantenía mis signos vitales en regla, mi adicción por la oscuridad y la pereza acaparaban las 36 horas que tenia mi día. Trabajaba tres de cinco días a la semana. Si llegaba a horario me retiraba antes, y viceversa. Cuando estas depresivo abres la ventana, ves lo bien que se ve afuera y la cierras para no contaminarte porque aunque quisieses no puedes estar bien. Recibía visitas cada tanto atendía a la puerta, cada tanto la escuchaba. Un día sin recordar cual, encendí la cafetera eléctrica como todas las mañanas, mas bien como todos los días sin recordad que hora. Abrí a dos aguas los cristales quitando el cobertor de ellos y deje penetrarme por el sol. La piel cambio de color, circulaba aire cálido, de verano. Los hombres llevaban shorts al cuerpo, se ejercitaban a trotes sobre el césped de la plaza de enfrente. Pude divisar sobre uno de ellos la gota de sudor que resbalaba por su cuello. Enérgicos levantaban sus piernas para no perder el ritmo, se palpaban los abdominales y continuaban sudando. Mis sentidos llevaban binoculares, receptaban hasta la respiración. Me excité e inquieto, llevé mi mano allí abajo. Sin desnudarme acaricié mi pecho hasta erizar mi pezón. Entré en calor como si estuviese allí afuera, con ellos. El mas esbelto se quitó la camiseta y elevó su botella de agua fría hacia la cien, humedeció cada parte de su cabello. Parecía una roca, el agua se hizo cascada, el agua recorría sus recovecos, mojó su short blanco. Me sostuve sobre el cristal empañado de mi ventana, había humedad. Mis manos a pasos agigantados provocaban ganas de querer ir por el. Necesitaba apegarme a su boca para mordisquearla con mis dientes, lo mire secando su espalda contorneada de músculos, me sentí flotando, fantaseé sobre su pelvis. Explayé por completo, caí sin paracaídas y me emocioné al verme resucitado.

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