04 agosto 2012

El Suelo de Atraversiamo (CAP 22 )

El ring del timbre que escuché sonaba nervioso, tres zumbidos consecutivos de llamada apurada desencadenaron en pensar que cuando vives en un piso alto te sorprendes cuándo llaman a tu puerta antes que a tu portero, entonces me acerque con ese sentimiento al abrir mientras quedaban inconclusas seis copas sobre la mesa junto a un panecillo de anís que acompañaría la cena con mis amigos esa noche. Sin mirar por el cerrojo abrí la puerta y de inmediato me explotó todo un cuerpo sobre el mío. Luciano ingresó brusco, tal como cae bolsa de cemento sobre el hombro de un obrero, violento como viento que cierra ventanas de lata. Lo mire sin poder creerlo, dio dos giros de llave, la quito y la guardo en su bolsillo. Sus manos, frías, mas pequeñas que las mías, me ahorcaron entrecerrando el ingreso de oxigeno. Me vi obligado a permitir estamparme contra la pared, me vi amarillo como ella. Voy a matarte, voy a vengarme, voy a despellejarte, amarte, tocarte, violarte. Voy a hacerte pagar todos los daños, todos los dolores, todos los desamores. Se fruncían los músculos de su rostro al mismo tiempo que se rayaban maxilares y premolares. Acelerado, sin drogas en el cuerpo, sin alcohol, dinamita detonada por la rabia y la ira manejada por el diablo, por algún justiciero de alcantarilla, por algún abogado desempleado, me empujó, me tiró, me zamarreó, me subestimó. Me levante y caí, rendido agobiado por sus golpes. Le miraba para encontrarme dentro de sus ojos, pero él llevaba los ojos para atrás, blancos, ya tú sabes. Formaba parte de la alfombra y olía a sangre mía. Llevaba trece cortes en mis brazos, seis dolores diferentes, nueve marcas de sus dientes, catorce pisotones en mi cara y una herida lógicamente localizable. Mi garganta gritaba hasta quedarse muda, mis ojos eran satélites sedientos de libertad en pleno desierto. Intentaba buscar un hueco para huir como si mi casa fuese una cárcel, la cocina una celda y el piso el banquillo de algún juicio. Mi juez era él y mi único testigo era Dios. La ventana estaba abierta, corrí desesperado para llegar a mi meta de atleta como si kilómetros me separaran de ella, llegué y grité tan fuerte como pude, sentía como se desgarraban mis cuerdas vocales, sentí vértigo cuando me percate que él estaba otra vez sobre mí. Ya me tenía amarrado desde el cuello. ¿Quieres saltar?, ¿Quieres saber a que huele el piso de allí abajo? Estoy aquí porque Te Amo, porque me perteneces solamente a mí, dijo sin vergüenza. Yo no lograba hilar ni una palabra con éxito, él me pedía que dijese algo, que respondiese a sus preguntas. Estaba atrapado, no me dejaba salir, sólo buscaba que lo perdone, que lo ame. Buscaba hacerme sentir todo el dolor que él llevaba en su pecho desde que terminamos nuestra relación infernal. Esto ya había pasado antes cuando vivíamos juntos pero en menor intensidad, claro. Todo empieza con algún agravio verbal o alguna verdad perforadora de corazón. Entonces cuando logras equilibrar la conversación y una de las partes entendió que se equivocó, que dormir con tres hombres después de una fiesta, que llevar la imagen de alguno de ellos en tu celular no es correcto ni aceptable cuando llevas tanto tiempo en familia. Si no me quieres pues dímelo así puedes dormir con cuantos tú quieras y así llevar sin culpa la lista de promiscuidad en tu espalda. Si no me quieres de verdad como dices cada vez que te arrodillas para pedirme perdón después que descubrí alguna mentirilla mas, dímelo así puedes filmar tu decima película porno mientras lo haces con él en mi cama. Fui oportunista un segundo en su descuido mientras encendía su hierba. Me encerré en el baño. Estaba desarmado, en estado de pánico. Recuerdo haber quitado los espejos porque no quería verme. Cayeron al suelo convirtiéndose en partículas de brillo sobre la ducha. Abrí el grifo y con agua fría circulando entre mis recovecos me adueñe de una esquina dentro de la bañera. El desagüe se llevaba en remolinos mi sangre escamada. El tinte rojo circulaba sobre el agua acumulada alrededor mío. Hacia frío y recordaba el calor que sentía cuando dormía a su lado. Era reconfortable aliviar mi tembleque sólo con la mente. Por momentos oía caer los cajones de mi armario. Algo, él en la sala buscaba. El agua seguía corriendo, mis dedos estaban arrugados, señal que ya llevaba bastante tiempo en el agua. El encargado se seguridad llamó a la puerta, Luciano dijo: – no hables, ni grites porque voy a tener otro motivo más para matarte. Llevé las manos hacia mi boca para no emitir ningún sonido. Abrió la puerta, el guardia pregunto por mí: – ¿Está Ignacio? Lo buscan en la sala de ingreso, agregó. -Ignacio no está, salió y no volverá hasta más tarde, respondió. Me desmaye. Revoloteaban las cortinas de la habitación, rodaban en el suelo las copas entre sí. Veía luz de sol por la ranura de la puerta. Había amanecido y no se oía ruido alguno que me lleve a pensar que Luciano estaba aun allí. Salí del baño con miedo, miré hacia ambos lados. Me sentía veterano de guerra, dentro todo era un caos. Las paredes estaban escritas. “Sé que he obrado mal, sé que he perdido a un gran Hombre, por todo eso me voy”. Me paré sobre un costado, todo giraba. Se me presentaban pantallazos de lo que había sucedido. Adolorido, llorando arrepentido y con culpa rezaba en voz baja para que Dios me salve. El dolor más grande es el que viene de la rama del Amor. Me dolía el Amor porque no comprendía por qué tenía que pasar yo por esto. Yo me separe amando viralmente. Me separé porque los celos sin motivo de él hacia mí nos volvían distantes, toscos. Sólo nos encontrábamos cuando hacíamos el amor. La persecución más grande en su mente era la sobreprotección, él no quería que yo le hiciese lo mismo que él me hacía. Yo jamás, si le amaba. Llegué a concluir que quizás se me estaba castigando por haber abandonado a mi familia, a mis hermanos aquella vez que me fui de casa para amar con paz. Reciclé el resumen y me dediqué a comunicarme con mis amigos. Deberían de estar preocupados. Noté que se había llevado mi teléfono celular entre otras cosas de valor. Me senté en las sillas de todas las casas, mis amigos lloraban conmigo. Tenía marcas por todos lados. Debía hacer la denuncia, esta vez no podía pasar como si nada. Junté todas las veces que me había hecho algo parecido durante los cinco años de relación y me dirigí hacia el cuartel de Familia. Hablé serio, dije la verdad. Estuve cómodo, no sentí vergüenza. Vengo a denunciar a mi ex pareja, se llama Luciano. Les observé los rostros, ningún policía hizo gesto de burla. Di por noticia que no era el único que pasaba por esto. Cientos de casos por día se presentan, me sentí aliviado. ¿Quieres que apliquemos Ley sobre él? ¿Quieres que no pueda acercarse a ti dentro de los cien metros a la redonda? – Quiero vivir en paz, no quiero morir, dije. Caminé de regreso a casa, limpio, decidido a enfrentar todo lo que vendría. De a ratos lo imaginaba preso, en el suelo de alguna celda. Me dolía el pensamiento. Mis diamantes no son de plástico, mi oscuridad tiene luz y mi vida no esta devaluada. Saldré de esto como he salido tantas veces, encendí un cigarro y cruce todos los semáforos en verde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario