Sobrevuelo
los ríos de mi campo, el viento despeina mi barba que adolece su condición de
ser nueva sobre mi rostro, precavida se amolda a mi pescuezo sigiloso. Voy en
silencio de bosque, silencio que otorga, silencio de pudor. Soy ave canora que
nació en el cubico de un centro clandestino de aquellos años en donde todos
éramos personas con corte en las actitudes, en las decisiones y en la lengua.
Mis
padres fueron las rejas de acero color nublado, la carcasa de una almohada, el
frio húmedo de las paredes descascaradas y las interrogaciones diarias sobre mi
identidad sexual.
Tengo miedo al éxito, los laberintos están dentro mío y las
salidas también, se de todo esto. Se que soy mi propia trampa, que pienso y
digo una cosa y hago otra. Peleo por lo que quiero hasta que lo obtengo, una
vez en mis manos lo desecho porque me aburre tenerlo. Después que no lo tengo
lo extraño y me arrepiento. Medito una próxima oportunidad, me afianzo a la
idea de no cometer el mismo error y habiendo aprendido según nota mental cometo
exactamente el mimo error. Busco lo que quiero, lo consigo, sonrío y después me
aburro.
Caminaba
de regreso a casa una madrugada y divise una marcha zombi, caminaban como yo y
hablaban en códigos, me detuve un momento y me introduje veloz a su
peregrinación. He pasado desapercibido, quizás por mi cara, quizás por mi
apariencia Drácula, me sentí como ellos.
Suelo
auto convocar una reunión de amigos y llamo minutos antes para avisar mi
ausencia, a veces no aviso que llegaré una hora después, otras directamente
desaparezco y apago el celular.
No
sucede nada, yo soy de esta manera y no voy a cambiar porque de alguna u otra
manera a mi modo soy feliz.
Hace
tiempo que no revolotean recuerdos de
Luciano y de papá Martin inclusive. De a ratos me entrego a la melancolía para
encontrarme con abuela Elisa, valla cuanto la extraño. Ella sabia tanto de mi
como yo de se de ella, me gustaría visitarla hoy en su jardín de jazmines,
tomar té y dejarme abrazar por sus manecillas arrugadas de amor. ¿El amor arruga? , depende.
Acá
no tengo en que sostenerme, dije mientras viajaba en el transporte que me lleva
a la ciudad donde trabajo, me reduje a
mirar por las ventanillas pensando en el afuera.
A
veces los asientos de las hamacas solitarias de aquellos barrios en donde ya
todos son adultos y los niños solo las mecen los Domingos cuando visitan a sus abuelos,
esas hamacas que miro cuando voy de regreso a casa en el bus, esas que parecen
tristes, de cadenas de hierro fuerte que ya no se fabrica, en ellas cuando
quiero caminar de regreso a casa encuentro sostén, sonreí aliviado.
En
el amor el problema evidentemente soy yo siempre porque busco cosas tan puntuales
en el otro que de cada diez candidatos llego a cita solo con uno. Se me mira raro porque digo lo que pienso, después
se olvidan. Decir lo que pienso en una
cita no es lo mismo que decir lo que piensas en un debate de política. En la
cita se define el futuro de una posible relación, es un colador, vos si, vos
no, el que sigue por favor.
Acá
hablar desde el corazón, entusiasmado, ruborizado porque después de la cena las
velas de mesa siguen encendidas te convierte en raro. Quien está del otro lado quiere
terminar la copa y pedir la cuenta para llevarte a la cama. Gracias por la invitación
pero no puedo, siempre miento.
No
quiero caminar sobre ningún riesgo, despertar desnudo envuelto por la cobija de
su cama luego de aquella cita, mirar el reloj mientras el continua durmiendo y
hacer algún ruido para que despierte, no saber si debes irte o quizás te invite
a desayunar. Si despierta y te abraza fuerte con media sonrisa picara quizás es
buena señal. Si despierta y se levanta apurado, cambiándose con lo que
encuentra en el suelo, quizás sea escena del “debes irte”.
Después
del debes, ¿como se sigue? , caminando sobre el riesgo que acepte luego de
acostarme con el, quizás fue solo acostarme, quizás me devuelva la llamada mas
tarde porque le deje dos mensajes en el contestador, quizás esté muy ocupado, quizás
esté en su casa tomando sol, quizás se halle levantándose apurado, cambiándose con
lo que encuentra en el suelo después de alguna cita que no fue la mía. Quizás no sea el, quizás sea yo.
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