27 diciembre 2010

La Duda (Cap 13)

A pesar del profundo dolor que atravesaba mi alma, dedique doce de mis días al centro de investigaciones de la provincia. Declare cinco veces sentado sobre un banquillo de hierro en el cuarto azul viejo de la jefatura de criminología. Decían sus voces uniformadas que los homosexuales son impulsivos y que no sería la primera vez que uno de nosotros pierde la libertad por peleas amorosas que terminan en la mayoría de los casos en tragedia.
Faltan menos de dos semanas para que concluya el año y el comportamiento del terrorismo doméstico o familiar no disminuye sino que parece que alcanzará cifras records. A día de hoy van 77 hombres asesinados por sus parejas gays, más de 20 hombres asesinados por sus mujeres y veinte niños por sus padres. Las mujeres asesinadas por sus parejas han aumentado un 137% pasando de 56 en años anteriores a las 77 hasta la fecha, siendo la cifra mayor desde que se llevan los datos según la serie del Ministerio de Igualdad.
Me señalaban dedo a dedo como asesino, sabiendo dios que yo no empuje a Sebastián por el ventanal, legalmente soy inocente pero emocionalmente soy el único responsable.
Retírese que lo llamaremos luego dijo el abogado de la familia. Volví a casa con mi torso devastado por permanecer sentado tanto tiempo. No logre dormir ni la cuarta parte de un sueño normal.
Había descendido en peso y mis huesos chillaban al levantarme del sofá. Logre explicarles a mis padres que había fallecido un amigo, suficiente cuento para que me respetasen con sus preguntas matutinas.
Anteriormente llegue a la capilla del pueblo, eran las siete cuarenta y cinco de la madrugada. Silencioso con mis pasos senté mi cuerpecillo en el último banco de la sala, apoye junto a mi gabán negro dos margaritas recién tajeadas del jardín de mi abuela Elisa y gacho de cabeza recé a María virgen.
Era casi la hora de partir para el cementerio que quedaba a veinte minutos en automóvil entonces me puse en pie de inmediato, se me miraba extraño, se hablaba entre orejas y vi pasando entre la multitud odiosa de verme a Rosana, quien se acerco hacia mi hombro lanzándose con un abrazo desparramado, desequilibrado de fuerzas. No llores por mi hijo, se que el amor era muy grande para caber en el corazón de Sebastián, Rosana remojo su dedos en agua bendita y marco sobre mi frente la bendición. Sentí un alivio sanador sobre mi cuerpo, el aire entraba y salía por mis narices sin atorarse cuando codeándonos acarreamos el ataúd hacia la puerta ayudado entre otros. No sentía peso sobre mis manos pues desde las costillas hacia arriba me partía en mil pedacitos. Llegando hacia la puerta antes de descompensarme dos personas retomaron la manija de mi costado dejándome atrás mientras avanzaba la procesión. Estaba solo en aquel lugar, si hoy volviese me emocionaría de la misma forma mientras os cuento esta historia.
Todos nosotros sin salvedades hemos perdido algo en la vida, las perdidas son parciales y/o totales en algunos casos, de ahí en más nos valemos por nuestras fortalezas para continuar viviendo. Tenemos que reinventarnos día a día, buscar nuevos amores que devuelvan luz a nuestros rostros, plantearse objetivos claros es la misión más lógica que dejan ver nuestros padres.
Cito la historia de la Reina Victoria que en 1861 fue un año trágico para ella : el 16 de marzo muere su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre fallece su esposo Alberto, el Príncipe-Consorte. La pérdida de quien fuera su compañero, amigo y consejero devastó a Victoria, que mantuvo un estado semipermanente de luto y usó el color negro en sus vestidos para el resto de su vida, casi 42 años. Evitó las apariciones públicas y rara vez puso los pies en Londres durante los años siguientes, ganándose con ello el apodo de la "Viuda de Windsor". Ella consideró a su hijo, el príncipe de Gales, joven indiscreto y frívolo, como el culpable de la muerte de su padre.
Pero yo no podre al menos por un tiempo poder tener control mental y emocional de mi corazón como lo hizo la Reina, yo necesito del amor para vivir, para ser feliz, para tener una familia, para criar a mis hijos. Vera usted que haciendo el amor se tiene un hijo y teniendo sexo un goce.
Así, moribundo, sin voz de tanto gritar oí el llamado de mi madre que me esperaba con sus a brazos rotos en la esquina, camine. Viajábamos de regreso a casa cuando desperté sobre mi cama veintiocho horas después.

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